Conocí un caballero
de una fina armadura;
que brillaba como el sol,
brillaba como ninguna.
Él me regaló una rosa,
una inusual y espinosa;
pero esa resultó ser la más hermosa.
Por un momento ya me guiaba,
no a un puente mágico;
sino al castillo que añoraba.
Y así pasamos el tiempo, compartiendo memorias y enamorándonos lento.
Terminó el día y con mucha nostalgia, yo ya me despedía.
Tenía dudas, una princesa como yo, no creía en ese gran lord.
Dejé el reino de donde él venía, y sin mirar atrás, mi decisión ya no era detenida.
Creía que sólo soñaba con ese momento, que no fue real,
que sólo fue un cuento.
Tiempo después,
el caballero apareció;
tocando el gran portón y alegrando mi corazón.
Nos volvimos a enamorar y sabíamos ahora que nadie nos iba a parar.
Fue mi reino, el suyo y un cálido inicio para dos jóvenes,
que hacían válido la locura de un viejo amor.